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miércoles, 7 de julio de 2010

8451.-Sin Nombre Parte 1

Estaba de pie frente al espejo de su pequeño cuarto. Por mucho que mirara y se fijara en todos los detalles seguía teniendo ese cuerpo humano que tanto odiaba, pero sabía q sus actos y sus errores la habían cambiado más allá de su aspecto exterior.

Con un suspiro decidió por fin dejar su exploración y salir de su cuarto. Había perdido su quinto trabajo, así que simplemente se dedicaría a dar vueltas por la ciudad y a observar a los preciosos N-65 que salían a toda velocidad hacia el espacio exterior como estrellas fugaces. Desde que había dejado su casa hacía 5 años había vivido en casa del viejo Smith, aunque la tratara como si fuese una hija siempre estaba esperando el momento en que la echase, no traía dinero, solo era un estorbo y un gasto más.

Como siempre, a la luz de una bombilla que colgaba del techo de forma inestable, el viejo montaba y desmontaba caprichosos inventos que no servían para nada. No sabía cuántas veces había insistido en que hiciera todo eso a la luz de una ventana para no agotar más su escasa vista, pero él se negaba una y otra vez, no quería ver ni de reojo ese podrido mundo que tanto odiaba. Odiaba todos y cada uno de esos robots que poblaban las calles y las casas, todos esos inventos modernos que anulaban la capacidad de pensamiento en las personas y las convertían en una máquina más. Por ese motivo esa casa era una de las pocas en todo el mundo en que todo se hacía de forma manual, un museo de viejos tiempos.

Se dispuso a desayunar antes de irse, tenía tendencia a engordar, pero la comida era una de sus debilidades y no pensaba renunciar a uno de los pocos placeres de la vida. Ya en la calle, se perdió entre ríos de gente con mirada perdida y robots sin alma que se encargaban de eliminar cualquier resto de humanidad que pudiera quedar en ellos, nada podía salir de la reglas marcadas, todo estaba en orden. Por suerte había un lugar en las afueras de la ciudad que escapaba de todo eso, y allí era donde se encontraban los pocos conocidos que tenía en la ciudad. Eran humanos y alienígenas al margen de la ley, que trucaban robots, que hacían naves y máquinas mejores que las del gobierno, que sabían lo que era divertirse y que no se habían olvidado del significado de libertad, de lo que era elegir, dudar y equivocarse.

El viento levantaba el polvo de las calles sin asfalto, había un montón de almacenes y talleres aparentemente abandonados desde hacía años. Podías encontrar piezas y todo tipo de aparatos viejos aquí y allá, era como el vertedero de la ciudad, allí iba todo lo que estorbaba y no tenía ningún uso. Amy y su equipo se encargaban de cambiar eso, todo lo que caía en sus manos se convertía en algo increíble ya fuera un simple juguete o una gran nave, tenían verdadero talento.

Encontró a Amy fuera de su taller y como siempre le dio la bienvenida con una gran sonrisa. Su pelo negro parecía más negro todavía y sus ojos almendrados brillaban como dos estrellas.

- Hey! Hacía días que no te veía, ¿vienes a echarnos una mano?- saludó Amy de buen humor.

- Sí, echaba de menos pasarme por aquí- contestó tímidamente Hana.

- ¿Es que ya te han echado de tu último trabajo?- dijo Amy divertida.

Hana dio un suspiro de resignación.

- Sí, así es.

- Jajaja, ya sabes que aquí siempre eres bienvenida Hana- sonrió Amy.

Amy era su mejor amiga y la única que tenía en la ciudad. Hacerle una visita siempre conseguía levantarle el ánimo.

-Hey! Frank, Jason, Emma! ¡Mirad quien está aquí!-gritó animada Amy- Tenemos que celebrar que a Hana la han echado de su quinto trabajo, no es algo q pueda decir todo el mundo jaja.

- Amy...-dijo Hana intentando simular cierto rencor.

-...cuéntame cómo lo haces Hana...estoy deseando q me echen de este antro para llevarme la indemnización...- bromeo Jason con su voz ronca, clavándole su ojo ígneo. Parecía realmente que le hubiesen inyectado lava líquida al nacer.

Jason era originario de *Zerion*.Era un personaje callado, uraño y difícil de comprender. Perdió su ojo derecho quién sabe cómo, pero el izquierdo resaltaba por dos, le asustaba tan solo imaginar su aspecto con sus dos ojos en perfecto estado. Su piel grisácea y su lengua azul delataban su origen.

Bajó del techo—su habitual lugar de trabajo— sin esfuerzo, como si tuviese muelles bajo los pies, y se acercó a Frank para echarle una mano con ciertas piezas de la nave.

Frank era un hombre fornido acostumbrado a moverse entre las calles de la ciudad, su lugar de nacimiento —literalmente—.

Emma también procedía de otro planeta, nadie lo dudaba viendo su piel azulada. Se encargaba de las centrales de energía, era experta en tecnología híbrida y gracias a ella las naves se convertían en algo parecido a un ser vivo. Su carácter pausado y tranquilo conseguían relajar a cualquiera y era lo q más necesitaba en ese momento.

Le encantaba verles trabajar aunque no tuviera ni idea de mecánica. Lo suyo no era construir naves, sino pilotarlas, su sueño era ser un *SkyRider*, salir de la Tierra, surcar el espacio, superar sus límites y encontrarle a él, el causante de que estuviera en la ciudad y luchara día a día por superarse. Recordaba muy bien el día q lo conoció en una arboleda cercana a su casa.

Al cabo de unas horas decidió que era hora de ir al norte de la ciudad, allí era donde se encontraba la base de los SkyRiders. La gente les daba la bienvenida y los aclamaba como si se tratase de héroes, eran la élite de la ciudad. Sabía muy bien que convertirse en uno de ellos era una ardua tarea, más si eras pobre, pero estaba decidida a ser uno de ellos, alcanzaría el cielo fuese como fuese. Por el momento se conformaba en observarlos.

La base estaba en la otra punta de la ciudad así que ni se le pasó por la cabeza ir a pie, estaba a punto de subirse a uno de esos malditos supositorios cargados de gente cuando una voz familiar la llamó.

- ¿Jason?

- Hey, déjame acompañarte, tengo ganas de ver esas naves. Me impresiona la velocidad que alcanzan esos N-65- dijo Jason antes de dejar su mirada perdida más allá de los cristales. Hana decidió que fuese lo que fuese lo que le pasara por la cabeza era más interesante que cualquier cosa que pudiera decirle así q estuvo callada todo el camino. Ninguno de los dos era bueno conversando.

Como siempre los alrededores de la base empezaban a llenarse así que, pese a la falta de educación, se abrieron paso a codazos hasta encontrar un buen sitio. Pronto se vieron en el cielo las luces que indicaban la llegada de las naves y en un abrir y cerrar de ojos allí estaban aterrando en una perfecta formación. Fueron hacia el interior de la base sonriendo y saludando con la mano, ese era el único momento que los Skyriders se dejaban ver, el resto del tiempo lo pasaban encerrados mejorando sus habilidades o en el espacio poniéndolas en práctica. No podía esconder su emoción al verlos, deseaba tanto encontrarse en su lugar.

- Oh vamos, si quieres puedes entrar saludando al taller, estoy seguro que te aplaudiríamos mejor que estos palurdos sin cerebro- se burlo Jason con su voz de viejo alcohólico.

- No tengo ningún interés en que me aplaudáis, yo lo que quiero es salir al espacio- contestó Hana resentida.

Después de eso cada uno fue por su camino. Con todo el alboroto no había prestado atención a que estaba oscureciendo, por las noches era mejor quedarse en casa.

Como todas las noches, al entrar en su cuarto, completamente oscuro a esas horas, sacó el orbe que se encontraba tras la plancha suelta escondida bajo su mesilla. Se sentó encima de su cama con las piernas cruzadas y acomodó el orbe delante suyo. Así quedó minuto tras minuto, esperando que el orbe empezara a brillar en cualquier momento y su voz impregnara las paredes. Pero no ocurrió, hacía más de un año que no ocurría. A altas horas de la noche se resignó, protegiendo el orbe con su cuerpo se rindió al sueño.

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